Por Fernando Londoño
Septiembre 1 de 2009
El presidente Uribe se abrió de capa y expuso lo mejor de su arte. Por gaoneras y chicuelinas y verónicas, y medias para cortar. Toreo de verdad, lo llaman los entendidos. Y es que era la gran hora de la verdad.
Nos citaron como a reos, y resultaron juzgados; nos quisieron humillados y salimos enhiestos, erguidos, más firmes que nunca; nos querían avergonzar y hoy el mundo nos respeta; nos querían amilanar y terminamos fortalecidos; nos querían confundir y pusimos la verdad a brillar, en todo su esplendor.
Los que dicen temer que Colombia se convierta en una especie de plataforma de lanzamiento militar contra nuestros vecinos, la que nunca fue Panamá, la que no fue Manta, la que no son las Malvinas ni las Islas de
La batalla empezó a ganarse días antes, cuando Colombia consiguió que la reunión no se ocupara exclusivamente de los aviones norteamericanos en su territorio, y pudo agregar a la agenda todo aquello de las Farc y movimientos afines, de la cocaína y la amapola, del tránsito de guerrilla y drogas y materias primas y precursores por estas fronteras, del armamentismo y la clase de armamentos que cada país está adquiriendo. Pero vino lo mejor al final, como en los grandes acontecimientos. El presidente Uribe se abrió de capa y expuso lo mejor de su arte. Por gaoneras y chicuelinas y verónicas, y medias para cortar. Toreo de verdad, lo llaman los entendidos. Y es que era la gran hora de la verdad.
La señora Kirchner, tan habladora, la pobrecita, como se llamaba a sí mismo el gran Larra, intentó decir que el único terrorismo que ella recordaba era el de las Torres Gemelas en Nueva York, y el espantable de Buenos Aires contra la comunidad judía. Nadie le habló del Palacio de Justicia de Bogotá; del avión de Avianca que explotó cuando se elevaba en vuelo; de las bombas de
Por todo eso, y por mucho más, necesitamos la cooperación de los Estados Unidos. Sin su tecnología y sus naves no seremos capaces de hacer respetar nuestros cielos y nuestras costas y nuestros mares. Y nunca podremos ponerle punto final a nuestra espantable vorágine de violencia. Colombia no quiere más dolor, más sangre, más destrucción de sus selvas y sus fábricas de agua. No quiere más vergüenza, más bandidos armados, más niños destruidos antes de empezar a vivir. Y para conseguirlo, no tiene que pedirle permiso a nadie. Y no lo pedirá.
Lula recordó que se hacía muy tarde. Chávez, que no se quería dejar provocar. Correa, que nos prefiere de amigos. Y los demás se declararon suficientemente ilustrados. Así terminó la reunión de Unasur en el Hotel Llao Llao de San Carlos de Bariloche. Tal vez el más hermoso lugar de América, que parece salido de un cuento de Anderson, fue buen marco para nuestra victoria. Y para el reencuentro con nuestro Presidente, ese Álvaro Uribe Vélez que andaba tan extraviado en asuntos menores. Aunque fuera sólo por eso, la reunión valió la pena.
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