Por Dario Ruiz Gómez
El Mundo, Medellín
Agosto 3 de 2009
Según informaciones, Moratinos llamó personalmente a Zelaya y le prometió que en corto tiempo lo restituiría en la presidencia de su país. Al llegar a Caracas Moratinos fue enfático al decir que “su deseo es que España pueda acompañar a Venezuela en el profundo cambio que vive”. Si recordamos que fue Moratinos quien, inflamado de fervor revolucionario prometió vender a Chávez corbetas, aviones, armamento, lo que desató una glamorosa protesta internacional, vemos que Moratinos, entonces, no ha logrado apagar de su pecho revolucionario el deseo de ser partícipe de esas “profundas transformaciones” con lo cual ha justificado ante la opinión mundial que está de acuerdo con “esta revolución” que acaba de cerrar 200 emisoras, que prosigue su proceso para eliminar la empresa privada y que con Evo, Correa y Ortega quiere, tal como se evidenció en Honduras, prender el fuego de la revolución andina en el resto del continente, con una “transición” hacia algo condenado por la conciencia democrática, como es la desaparición de la empresa privada a manos de un Estado totalitario. ¿Por qué Moratinos no ha alentado a los miles de desplazados por la crueldad de Obiang a regresar para restaurar la democracia en ese país?
Desde el comienzo de este proceso, ideólogos como Larrea y Rodríguez Chacín, como el estalinismo colombiano partieron del papel fundamental que en este proceso debían tener las Farc. Las declaraciones del Mono Jojoy ilustran claramente este propósito de abrirse, finalmente, en un movimiento político. Hace unos meses el presidente Uribe visitó España y tal como lo denunciaron algunos columnistas, la acogida del gobierno socialista fue más que fría. A pesar de que en contra de los argumentos del chavismo en Colombia opera la libertad de prensa y a pesar de que el Grupo Prisa y el Grupo Planeta dominan hoy la mayor parte de los llamados grandes medios de comunicación y que la inversión española es muy alta. Pero lo más importante: por el concepto de socialismo que representa Moratinos –y soy testigo personal de esto- ha corrido mucha agua desde aquel izquierdismo de los años 60, admirador de Castro y hoy de Chávez y dispuesto a descalificar a sus contrarios tachándolos de fascistas, que es lo que al parecer en ciertos círculos del gobierno español se utiliza para calificar íntimamente al presidente Uribe.
Lo que necesitamos saber es entonces la verdad sobre este extraño encuentro que supondría el alinderamiento del gobierno español en una dirección política, que tanto en Latinoamérica como en el mundo, la izquierda democrática ha condenado abiertamente.
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