Por Alfonso Monsalve Solórzano
El Mundo, Medellín
Agosto 2 de 2009
El gobierno bolivariano, en cabeza de su presidente o de alguno de los ministros que han ocupado los micrófonos, no ha podido responder lo que no sólo Colombia, sino también a Suecia (productor y vendedor de los cohetes al ejército venezolano), le han preguntado: ¿cómo llegaron los lanzacohetes a manos de ese grupo? No lo puede hacer porque si dijese la verdad, tendría que reconocer su alianza con un grupo terrorista y la manera como atenta contra la seguridad nacional colombiana.
Todos en el país conocemos que detrás de la capacidad histriónica y las respuestas destempladas de Chávez y su círculo íntimo lo que hay es una manera de tender cortinas de humo para evadir sus responsabilidades y poner en práctica sus políticas expansionistas. Pero ahora lo tienen difícil. Ya no es el ‘gobierno oligárquico’ y ‘traidor a la patria’ colombiano el que exige explicaciones. Suecia es un miembro prominente de
El problema para ellos es que al salir a la luz este episodio, justifican a los ojos de todo el mundo –o de casi todo el mundo- la necesidad colombiana de una alianza militar con Estados Unidos para combatir el terrorismo y el narcotráfico.
Digo que de casi todo el mundo porque dos países, tradicionalmente moderados y respetables, amigos de Colombia y que han sido comprensivos de nuestro problema de seguridad, Brasil y Chile, mostraron su inconformidad con la instalación de las bases militares en el país. Brasil, con el que se han hecho acuerdos de seguridad en la frontera sur, incluso, de manera agresiva, acusó al gobierno colombiano de falta de transparencia. Los dos propusieron que el Colombia fuera a Unasur, en Ecuador, a dar explicaciones. La respuesta colombiana, fue adecuada: no asistirá el presidente ni ningún funcionario de alto rango a esa reunión. Es un mensaje de que el país no admitirá que se la trate como un reo al que se va a juzgar, por hacer uso de sus decisiones soberanas.
No es el momento de asustarnos con el cuero después de haber matado el tigre. Venezuela, salvo el coro de satélites del Alba, está siendo confrontada por primera vez, de manera seria por la comunidad internacional. Hay que ser firmes en la decisión y prudentes en las declaraciones. Afortunadamente los últimos incidentes han desatado un proceso de unidad nacional que incluye al partido liberal, que realiza una oposición sensata al presidente Uribe, y a los productores, el eslabón más débil de la cadena, por las consecuencias desastrosas que traerían aparejadas las amenazas de Chávez de sustituir las importaciones colombianas y expropiar sus empresas.
Ahora bien, hay que distinguir entre Venezuela y Brasil y Chile. Las consideraciones de esos dos países pueden explicarse por lo rentable que una cierta dosis de antiimperialismo puede producir a sus gobiernos en época electoral, y, en el caso brasileño, por su pretensión de convertirse en una potencia regional. Pero, de ninguna manera, la respuesta que se les dé ha de tener el tono, la sostenibilidad y la firmeza que la que se tiene con Venezuela. Prudencia y diplomacia para explicarles a ellos y todo el vecindario, las limitaciones y los alcances de la presencia norteamericana en las bases colombianas, de modo que quede claro a esos gobiernos y a la opinión pública de los países, que las bases militares no constituyen una amenaza para su seguridad nacional.
Hablo de una campaña programada y masiva de información, que debe contar con la presencia de la parte norteamericana, que debe ser solidaria con el país frente a las dificultades que la alianza le están acarreando. Que no se olviden que este es un asunto de dos y a ellos les corresponde su parte.
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