Por Jaime Jaramillo Panesso
El Mundo, Medellín
Agosto 2 de 2009
La solidaridad es una virtud de las personas y de las comunidades que se manifiesta en socorrer al desnudo, dar de beber al sediento y albergar al perseguido. O más exactamente en dar de lo nuestro al que está en desgracia. Porque es una desgracia nacional la violencia que desde l964 se ha hecho bajo las banderas de la revolución clasista y de la justicia social. La reparación administrativa no devolverá a la vida a quienes la han perdido. Una vida no tiene precio monetario. Pero les servirá a sus pariente s a mitigar la falta del ser querido, especialmente a madres y esposas. A comienzos del mes de julio, Acción Social había recibido 237 mil solicitudes de reparación, de las cuales 82 mil pertenecían a Antioquia. La segunda cifra de 14 mil presuntas víctimas solicitantes corresponde al Valle del Cauca. En consecuencia los antioqueños tenemos que hacer seis veces más esfuerzos por la solidaridad y la paz.
La reparación administrativa no es un acto de caridad, sino de solidaridad del estado, un derecho a ser reconocidas las víctimas causadas por una violencia ilegal, injusta y no repetible. Para que no se repita es necesario que las armas y la justicia estén solo en manos del estado y no en manos de particulares que organizan cuadrillas privadas para sus fechorías y que se disfrazan de defensores del pueblo. Parodiando al poeta peruano César Vallejo diría: “cuídate de la hoz con el martillo, cuídate del martillo con la hoz”.
Entre todos estamos obligados a llegar a la tierra prometida de la paz y la convivencia, después de pasar el mar rojo de la violencia. No podemos dar marcha atrás ni devolvernos en la mitad del río. Hemos renunciado a la venganza para no continuar con otro ciclo de muertes, pero no hemos renunciado al perdón. Para concederlo, los victimarios, los ofensores deben solicitar el perdón, tener propósito de enmienda y confesión de boca, es decir, la verdad. El perdón no se regala, no es una ganga ni está en feria. Es un acto subjetivo, personal, que la víctima, el ofendido podrá conceder voluntariamente. Recomendable el perdón, eso sí, porque conduce a sanar el alma, a limpiar los vasos lacrimales y a barrer las piezas del corazón.
Pero con perdón o sin perdón, el horizonte de ayer, que hoy está aquí, necesitamos la reconciliación. Solo con la reconciliación, como categoría política y ciudadana, estaremos en condiciones de enfrentar a los enemigos externos e internos de la nación. Los colombianos en reconciliación podemos desarrollar la democracia más a fondo y diseñar un país pacífico y trabajador, porque solo trabajando y trabajando podremos vivir mejor.
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