Por Alfonso Monsalve Solórzano
El Mundo, Medellín
Agosto 9 de 2009
La belleza de las flores nuestras, a la que se les suma la creatividad, el orgullo y el esfuerzo de la gente de Santa Elena, hacen de éste un evento sin igual en el mundo.
Había que ver a esos niños orgullosos de su tradición. A jóvenes y adultos con paso firme. A esas personas mayores, hombres y mujeres con pesadas cargas a sus espaldas, inclinados pero altivos, soportando el cansancio extremo para deleitar al casi millón de personas que presenciaban su paso, mostrando la fortaleza que produce el conocimiento de que gente humilde está escribiendo historias grandes. Todos ellos, con su jardín a cuestas, son el ejemplo de lo que son los antioqueños humildes. Trabajadores, orgullosos de sus tradiciones, seguros, de voluntad férrea y creativos.
Con razón miles de turistas, nacionales y extranjeros compartieron, junto con nosotros, los locales, el delirio que producía el río de silleteros y flores. Con razón, se trata de un hecho cultural conocido y reconocido en el mundo. No hay palabras para describir tanta belleza.
El desfile es el corazón de nuestra Feria de las Flores, un hecho de inmenso valor cultural pero también de gran valor económico. Es el motivo por el que miles de turistas –en la gradería en la que me encontraba el 90% de las personas provenía de otras partes de Colombia, especialmente de Bogotá, y de lugares del exterior, como Estados Unidos, México y China- visitan la ciudad, y de paso, algunos de los hermosos sitos que Antioquia ofrece: Santa Fe, El Peñol, Guatapé, el Suroeste, etc.
La dimensión económica de este fenómeno tiene que tomarse en serio, porque es una gran fuente de recursos y de trabajo para la ciudad y sus habitantes, y, eventualmente, para algunos lugares de Antioquia.
Pude comprobar que, a pesar de que hemos avanzado en el negocio del turismo, es mucho lo que nos falta por hacer. Y eso es malo, porque se trata de una actividad económica que depende de la organización y de los detalles para que no se mate la gallina de los huevos de oro. No puede ocurrir que se les incumplan a los turistas los paquetes que contrataron, que el guía no tenga la información necesaria, que los horarios de las visitas se retrasen horas, que no haya guías bilingües, que se sobrecarguen las graderías, poniendo en riesgo la integridad de quienes las están usando, que sea una odisea la entrada a éstas, por falta de señalización y orientación.
Somos todavía aficionados. Hay que organizar en serio todos esos detalles porque la emoción que producen los silleteros tiene que ir acompañada con el profesionalismo de los operadores turísticos y entes gubernamentales que organizan la feria, para que los de afuera regresen y hablen bien a otros de nuestra maravilla cultural. Falta capacitación, bilingüismo, más organización. Si con estas falencias el desfile, gracias al corazón que le ponen los silleteros, es una maravilla, con ellas superadas sería uno de los mejores espectáculos del mundo.
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