El País, Cali
Agosto 15 de 2009
Las alarmas están dadas. Hay un estrecho vínculo entre el aumento de homicidios en las principales ciudades del país y el microtráfico de drogas ilícitas, según lo denunció el Director de
Detrás de todo ese aumento de muertes violentas, de las bandas que se disputan el poder territorial y de esos cruces de disparos en que caen muchos inocentes hay una cadena que empieza en la esquina del barrio, con el ‘jíbaro’ que surte de alucinógenos a los jóvenes de su sector. Otros la venden en su propia casa y hay quienes hasta ofrecen el servicio a domicilio.
Ese es el microtráfico del que hablan las autoridades y que ha crecido de manera exponencial, bajo la mirada cómplice de una sociedad que tolera por acción u omisión la venta y el consumo. Una sociedad que hizo de la informalidad un estilo de vida, que en este caso se convirtió en el escenario perfecto para los surtidores de estupefacientes al menudeo. Dicen que sólo este eslabón del negocio se queda con el 20% de las ganancias que deja el narcotráfico en el ámbito nacional.
Las sofisticadas redes de expendedores que trabajan a distintas escalas son las causantes del aumento del consumo de sustancias como el éxtasis, que según estadísticas, fue probado por más de cien mil personas durante el último año en Colombia. Las drogas sintéticas de alto nivel son las que ‘permean’ discotecas y fiestas masivas, donde todo el mundo sabe que hay uso y abuso de drogas. Son fiestas como la del Lago Calima, donde en repetidas oportunidades se han denunciado los excesos a pesar de los esfuerzos de las autoridades.
Otro eslabón perdido en esta lucha contra el microtráfico es la imposibilidad de criminalizar al expendedor, porque los castigos son insuficientes, porque el delito no es dimensionado en su real magnitud. Así, aunque cada día
Los expendedores de barrio lo saben. Las bandas sofisticadas que van a las fiestas juveniles también. Las mafias que manejan los hilos del negocio en los barrios tienen claro que todo confabula a su favor: una sociedad permisiva, un consumidor que se ampara en el libre desarrollo de su personalidad y un Estado que carece de herramientas para judicializar los niveles primarios del negocio del narcotráfico.
El panorama sería menos desalentador si existiera una conciencia colectiva de cuan complejo es este fenómeno; si el papel del ciudadano común frente a la drogadicción fuera menos permisivo; si hubiera plena claridad del mal que tenemos en frente y de lo lejos que estamos de vencerlo.
Porque el problema de las drogas no es sólo el de los grandes ‘capos’ que exportan y que aparecen en los afiches, bajo la frase “se busca”. El verdadero problema está en esa sociedad que ve crecer una generación de adictos al consumo y un país incapaz de combatir el que ha sido uno de sus peores cánceres en los últimos tiempos.
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