martes, 2 de junio de 2009

Caso Cienfuegos: ¿un "dilema político profundo"?

Por  Eduardo Mackenzie

Paris, 2 de junio de 2009

 

¿Quién es realmente Miguel Ángel Beltrán? ¿Un guerrillero infiltrado en la universidad? ¿Un honesto ciudadano? ¿Un reclutador de las Farc? Nada es más fácil que pervertir la realidad de ciertos episodios si se dispone de los medios y de las complicidades claves para hacerlo. Y si se conoce, desde luego,  el arte de la desinformación. 

 

No es sino ver cómo los amigos de Miguel Ángel Beltrán, en México y Colombia, trabajan sin descanso en ese sentido.  La vasta  operación de propaganda destinada a  darle una imagen respetable y candorosa  a ese  “intelectual”,  es un ejemplo precioso que debe ser observado.

 

Hacer mítines, insultar al gobierno, colgar pendones en la Universidad Nacional y recoger firmas de profesores en  Bogotá y Medellín no basta. El elemento central del empujón mediático a favor de Beltrán descansa sobre varios hombros. Es curioso que una parte de esos esfuerzos haya recaído sobre una revista violentamente anti uribista, la cual es secundada por el órgano mexicano La Jornada, izquierdista a más no poder.

 

Para disculpar a Beltrán, 45 años, Semana no vacila en agitar el fantasma de una “cacería de brujas” en la universidad colombiana.  La revista bogotana estima incluso que “si un profesor en clase, o fuera de ella, elogia el proyecto de la guerrilla, no está incurriendo en un delito (pues) es su libre opinión”. Tal aberración laxista, difícilmente aceptable en un país como Colombia, donde se sufre a diario el terrorismo de las Farc, contrasta con los esfuerzos del mismo Fabián Sanabria, decano de la facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, donde la gangrena extremista ha avanzado mucho, quien les exigió, por fin,  a sus brillantes profesores  "dejar de pensar la vida social y política con una lógica de guerra".

 

Lo más grotesco es que Semana, en su tremendo afán por culpar a Uribe de autoritarismo, inventa un marco teórico para poder pensar el caso Cienfuegos.  Si  para la Fiscalía y el gobierno este asunto es muy claro, pues se desprende, entre otras cosas, de los archivos de Raúl Reyes, los cuales han probado ser exactos y ciertos, para esa revista, gracias a una pirueta dialéctica, ese tema se convierte en un “dilema jurídico y político profundo”. El autor del hábil artículo anónimo  lanza esta pregunta: “¿Cuáles son los límites que separan la libertad de pensamiento de la adhesión revolucionaria, y de ésta con el terrorismo?”[i]  Desde luego, la revista se cuida de responder a eso explícitamente. Sin embargo, ella avanza una respuesta indirecta, disimulada, que termina siendo cuestionable. Su conclusión es ésta: Beltrán sólo adhirió a una ideología revolucionaria sin llegar a  ser un terrorista.

 

Empero, en otro lugar, Semana constata lo siguiente: “En los correos electrónicos, [Raúl] 'Reyes' le da orientaciones a Cienfuegos y aparecen datos que vinculan este seudónimo directamente con [Miguel Ángel] Beltrán. Por ejemplo, viajes que Cienfuegos anuncia que hará que, las autoridades han constatado, fueron realizados por Beltrán. También han encontrado una conexión fuerte entre éste y Patricia Obando, alias 'Sara', líder de Fensuagro, hoy enjuiciada, y quien era la encargada, al parecer, de organizar los encuentros de diversas personas con 'Raúl Reyes'. El gobierno tiene evidencias de por lo menos tres visitas de Beltrán (o Cienfuegos) al campamento del líder guerrillero.”

 

En otras palabras,  Semana deja de lado, barre de un manotazo, sin valorarlos siquiera, una serie de hechos precisos que la Fiscalía y la prensa colombiana pusieron sobre la mesa y que permiten pensar que Beltrán fue mucho más allá de la simple “adhesión ideológica” y que pasó efectivamente al activismo fariano. ¿El compromiso es acaso inocuo, o inexistente, o simplemente “intelectual”, cuando alguien, sin obedecer a un mandato oficial o diplomático, entra en contacto personal y directo  con jefes de una organización terrorista, y se toma fotos con ellos, como hizo Beltrán en México con el famoso “Marcos Calarcá” y con Olga Marín, la hija de Pedro Antonio Marín, el fallecido jefe histórico de las Farc? 

 

Según la acusación, Beltrán visitó, además, tres veces por lo menos a Raúl Reyes, jefe de hecho de las Farc durante la larga enfermedad de Tirofijo. ¿Fue eso simplemente un acto de “adhesión ideológica”? Por otra parte, según las autoridades, Beltrán aparece citado 114 veces  en los archivos informáticos de Raúl Reyes. ¿Eso fue gracias a las bellas barbas del profesor?  Para finalizar, Beltrán huyó de Colombia y se refugió en México, con las dispensas académicas necesarias, cuando la prensa dio a entender que los computadores de Reyes develaban  gran parte de la actividad y del aparato militar y político de las Farc. ¿Nada de eso es significativo? 

 

La artimaña de darle la espalda a los hechos y recurrir al engaño recuerda lo que pasó cuando tres terroristas del IRA fueron pillados, en agosto de 2001, en gran contubernio con las Farc en tiempos de los “diálogos de paz”. La abogada de aquellos, dijo que los  irlandeses se encontraban haciendo “turismo” en el Caguán y que nada habían tenido que ver con las Farc. La mentira era inmensa pero pasó raspando, desafortunadamente, pues la prueba de lo contrario llegó tarde: en las ropas de los simpáticos “turistas” fueron encontradas, efectivamente, varias substancias explosivas. Eso les permitió a los tres perderse antes de huir, no se sabe cómo, de Colombia.

 

Otro tanto fue lo que dijo en 2008 la mexicana Lucía Morett, otra conocida de Cienfuegos, quien sobrevivió al ataque colombiano del cuartel donde murió Raúl Reyes en compañía de otras personas venidas de México al campamento ecuatoriano de Sucumbios: todos ellos, según Lucía Morett,  estaban allí en bucólica misión cuando, en realidad, habían recibido dinero de Raúl Reyes y estaban recibiendo adiestramiento militar[ii].

 

Si Semana se deja obnubilar por las sirenas laxistas terminará por no poder distinguir entre un gato y un tigre. Y llegará a decir que no sabe si el Mono Jojoy es un terrorista o simplemente  un “adherente” a una ideología “revolucionaria”.

 

Jornada,  a su vez, muestra a Beltrán como un humanista, como una pobre víctima de los horribles gobiernos mexicano y  colombiano. Esa prestigiosa publicación mexicana es, sin embargo, poco creíble. Su lamentable trayectoria lo prueba. Ella apoya  la dictadura castrista, la satrapía chavista, el sandinismo en todas sus salsas, fases y contorsiones. Jornada   sostuvo al fracasado candidato “revolucionario” Manuel López Obrador, quien lanzó un estrepitoso grito de desobediencia civil en julio de 2006 tras declarar que le habían “robado” a él la elección presidencial. Jornada también sostiene a la guerrilla del llamado “sub-comandante”  Marcos (Rafael  Sebastián Guillén), es decir  al Ejército zapatista de liberación nacional, creado en enero de 1994 y en decrepitud avanzada desde 2005[iii].

 

Jornada  es eso: una docena de hábiles cronistas y buenas plumas al servicio de las causas más dudosas.  Su intriga actual para legitimar a un individuo  que utilizaba las aulas universitarias de México y de Colombia  para enviar jóvenes a engrosar y engrasar una maquinaria de muerte y de secuestros, no sorprende a nadie. Hay un cierto paralelismo que explica esa triste aventura. Guillén, como Beltrán, es un ex alumno y ex profesor de la Universidad Autónoma de México (Unam), lo que no le impedía al primero ser miembro de una guerrilla maoísta, el “Frente de Liberación”, cuya  idea central era “¡Ya basta!”

 

Semana hace de la ingenuidad una gran virtud al asegurar que Beltrán era conocido como un “simpatizante de la Unión Patriótica y del Partido Comunista”, pero que él nunca fue visto “como un activista ni vocero de estas organizaciones”. ¿Semana ignora acaso que todo miembro de la UP, o del partido comunista, o de la juventud comunista, está obligado a ser, por estatutos, un activista?

 

Durante los años 1990, Miguel Ángel Beltrán estudió en México y obtuvo un doctorado en la Unam. Ese importante centro de estudios fue excesivamente permisivo en esa época ante ciertos grupos que hoy son abiertamente terroristas. El periodista mexicano Jorge Fernández Menéndez, explica que en su país “se tolera la violencia política e incluso el narcotráfico en ciertos ámbitos de la sociedad mexicana, sobre todo en la Ciudad de México”[iv]. En la Unam, cuenta Semana, Beltrán se reunía con “Marcos Calarcá”, miembro de la Comisión Internacional de las Farc. La revista da otros detalles: “De hecho, en 2000 la inteligencia colombiana tomó una foto donde aparece Beltrán con "Calarcá", Olga Marín [compañera en esos meses de Raúl Reyes] y otro miembro de las Farc, en México”. Para Semana eso es lo más normal y simpático del mundo: “No hay que olvidar”, advierte Semana, “que estaba en curso el proceso de paz del Caguán, y en México había licencia para que los miembros de esta guerrilla se reunieran con diferentes personalidades.”  El problema que no resuelve Semana es que  Beltrán, en esa época, no era ninguna “personalidad”, ni hacía parte del llamado proceso de paz. 

 

La prensa ha revelado que Mario Iguarán, el Fiscal general colombiano, dijo disponer de pruebas que permiten acusar a Beltrán de pertenecer a las Farc y de “realizar labores de reclutamiento y de financiación del grupo insurgente”. Por su parte, el general Oscar Naranjo, director de la Policía nacional de Colombia,  señaló que a partir de 2001 aparece en el computador de Raúl Reyes “una fluida correspondencia entre el miembro del Secretariado y un tal Jaime Cienfuegos, quien escribe documentos para consumo interno de las Farc, para Anncol y para la revista Resistencia”, y que el citado Cienfuegos “trabajaba con documentos falsos como profesor de la Unam[v].

 

A pesar de las graves acusaciones, 17 profesores de la Universidad de Antioquia firmaron un manifiesto en el que critican en los términos más brutales el arresto en México, y la deportación a Colombia, de Miguel Ángel Beltrán. Los profesores  hablan de “acusación infundada”, dicen que los presidentes Felipe Calderón y Álvaro Uribe “cazan académicos” y aseguran que Beltrán es un “ser ético” irreprochable, un intelectual que lucha por una “sociedad equitativa”. Al final, lanzan esta frase inquietante que muestra la fuerte penetración del nihilismo rojo en ciertos nichos de la universidad colombiana: “Si el profesor Beltrán es un terrorista, el terrorismo está hecho de ciudadanos buenos, frágiles, mártires”.

 

Sin embargo, los firmantes no piden la liberación del mártir en potencia. Ellos se contentan con que sea juzgado. ¿En últimas, las dudas pesaron más que la ideología?


[i]    Revista Semana, Bogotá, 30 de mayo de 2009.

 

[ii]   Ver  el libro Las Farc en México, de Jorge Fernández Menéndez, Nuevo Siglo-Aguilar,  septiembre de 2008, página 48. Leer igualmente el artículo de El Tiempo, de Bogotá, intitulado “Reunión de la izquierda en Quito incluyó visita a campamento de Raúl Reyes': comisión ecuatoriana”, junio 2 de 2009.

 

[iii]   En diciembre de 2008 y enero 2009,  el EZLN se embarcó en violentos enfrentamientos con grupos indígenas mexicanos. Estos se dicen exasperados pues los zapatistas no los dejaban trabajar. El EZLN era el brazo armado de un “comité clandestino revolucionario indígena”, dirigido por Rafael Sebastián Guillén.  

[iv]  Jorge Fernández Menéndez, Ob. cit., página 36.

[v]  El País, Cali, 23 de mayo de 2009; El Tiempo, Bogotá, 23 de mayo de 2009. Igualmente Radio Caracol, Bogotá, 23 de mayo de 2009.

 

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