lunes, 15 de junio de 2009

La nueva farsa de Mancuso

Por Mauricio Vargas

El Tiempo, Bogotá

Junio 15 de 2009

En una extensísima carta que confirma que el tiempo en las cárceles de alta seguridad de los Estados Unidos pasa lentamente, el narcotraficante y ex jefe de las Auc Salvatore Mancuso ha vuelto con la misma cháchara con la que lleva años tratando de convencernos de que fue, ante todo, un luchador político, un líder que enfrentó a la guerrilla y un hombre que actuó al servicio de una estrategia del Estado. En todo este discurso hay un poco de verdad. Pero hay mucho más de mentira. Y las mentiras, cuando se esconden tras un velo de pequeñas verdades parciales, son peores, pues algún incauto se las puede creer.

Es cierto, pero solo un poco, que por momentos se comportó como líder político y que hizo alianzas políticas. También es cierto, pero solo un poco, que enfrentó a la guerrilla. Sus tropas lo hicieron en ocasiones muy excepcionales, pues casi siempre, en vez de combatir frontalmente a los hombres armados de las Farc y el Eln, mataban a campesinos desarmados, a quienes acusaba de colaborar con esos grupos, en una guerra cuyo sello fue la cobardía, no el heroísmo. Fue tan falsa su guerra contra la guerrilla, que mientras hubo Auc, la guerrilla no hizo más que crecer y, una vez los paramilitares se desmovilizaron, las Fuerzas Armadas le dieron a aquella los peores golpes de la historia.

En cuanto a que actuó al servicio de una estrategia del Estado, de nuevo es una verdad a medias: es obvio que a veces hizo sangrientos mandados a algunos generales y coroneles. Pero muchísimas otras veces, la inmensa mayoría de ellas, la tropa de Mancuso trabajó para defender sus intereses de narcotraficante y mafioso.

Y eso es lo que Mancuso no dice: que él y sus socios desataron una guerra que no se detenía ante hombres indefensos, ni ancianos, ni mujeres, ni niños, por un motivo principalísimo: proteger sus zonas de cultivo de coca, sus laboratorios para procesarla y sus rutas para exportarla. Para ellos, la guerrilla era un enemigo, pero no por motivos políticos, sino porque les competía en ese terreno, el del narcotráfico.

Los paramilitares querían mandar en Urabá, la Costa, el Magdalena Medio, Antioquia, Nariño, Putumayo, los Llanos y el Catatumbo. Allí cometían espantosas masacres contra los campesinos. Buscaban con ello afianzar su poder a punta de terror y sangre, para controlar el negocio del narcotráfico a sus anchas. Por cierto, lo mismo han hecho los otros criminales, 'Jojoy', 'Romaña', 'Cano', 'Grannobles': matar para aterrorizar y así controlar el negocio del tráfico de drogas en amplias zonas del país.

No es lo único que han hecho. Unos y otros, los peores criminales de la historia de Colombia, han usado ese poder territorial para robar las arcas del Estado en connivencia con jefes políticos que se han asociado con ellos para eliminar a sus adversarios y para, ellos también, robar la plata de la salud, la vivienda y las obras públicas. En el caso de la guerrilla, al principio robaba, secuestraba, narcotraficaba y mataba para financiar su guerra. Pero, con el paso de los años, eso que era un medio se convirtió en un fin.

En el caso de Mancuso y de sus sanguinarios compinches, ese objetivo mafioso de sacarle plata a la coca, de despojar de tierras a sus legítimos propietarios, de robar al Estado, siempre estuvo primero. Otra cosa es que, por el camino, ellos les hicieran tenebrosos mandados a algunos generales. Ojalá Mancuso cuente lo que sabe sobre eso, pero que lo haga de modo integral, no para proteger a unos -sus verdaderos amigos- y enlodar a otros, con quienes no quedó en buenos términos. Pero haber hecho esos oficios no lo convierte en un luchador político. Él fue siempre, y primero que todo, un mafioso. Por eso produce risa, y también indignación, que ahora pretenda montarla de gestor de paz.

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