viernes, 5 de junio de 2009

Obama y el mundo musulmán

Editorial

El Mundo, Medellín

Junio 5 de 2009

A través de la historia y desde la fundación de la gran nación norteamericana, el Islam ha estado presente positivamente.

El presidente estadounidense Barak Obama emprendió el miércoles su primera gira por Medio Oriente y Europa, con dos objetivos igualmente ambiciosos y difíciles: uno, conseguir el apoyo árabe a su plan de relanzar el estancado proceso de paz entre israelíes y palestinos, y dos, hablar con toda franqueza sobre las graves tensiones entre Estados Unidos y el Islam, que, en realidad, son las mismas que existen entre Occidente y el Islam, convocando a poner fin conjuntamente a lo que él llama “un ciclo de suspicacia y discordia”. 

Sobre lo primero, habrá qué esperar su propio balance sobre sus encuentros con el rey Abdullah, de Arabia Saudita, el miércoles, y el que sostuvo ayer con el presidente egipcio Hosni Mubarak, concentrados esencialmente en el tema del conflicto de Medio Oriente; y los que sostendrá hoy con la Canciller alemana Angela Merkel y mañana con el presidente Sarkozy, tras asistir a los actos de conmemoración del 65o aniversario del “Día D”, como se conoce la jornada de desembarco aliado en las playas de Normandía que marcó el inicio de la victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Por lo pronto, nos parece interesante glosar el extenso pero muy bien hilvanado discurso que pronunció ayer en la Universidad del Cairo, dirigido especialmente, según sus asesores, a los 1.400 millones de musulmanes en el mundo. 


Haciendo gala desde un principio de su habilidad dialéctica, introdujo su discurso, que llamó “Un Nuevo Comienzo”, con un cotejo entre las universidades anfitrionas: “Durante más de mil años, Al-Azhar ha sido un modelo de enseñanza islámica y durante más de un siglo, la Universidad de El Cairo ha sido una fuente de adelantos para Egipto. Juntas, representan la armonía entre la tradición y el progreso”, para significar de entrada que es una falacia pregonada por los extremistas islámicos que la visión de progreso que tenemos en Occidente implica una permanente hostilidad hacia sus tradiciones religiosas. “He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que Estados Unidos y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que compitan”. 


De ahí en adelante, todo el esfuerzo dialéctico del presidente Obama – matizado, como ya es propio de su estilo, con oportunas citas del Corán y la Biblia y con alusiones a que es cristiano pero su padre perteneció a una familia musulmana de Kenia – estuvo enfocado a demostrar que a través de la historia y desde la fundación de la gran nación norteamericana, el Islam ha estado presente positivamente, empezando porque –según recordó– la primera en reconocerla fue Marruecos, al firmar el Tratado de Trípoli en 1796, aparte de que los musulmanes estadounidenses –que hoy suman unos siete millones– “lucharon en nuestras guerras, trabajaron para el gobierno, defendieron los derechos civiles, abrieron negocios, enseñaron en nuestras universidades, ganaron premios Nóbel, construyeron nuestro más alto rascacielos y encendieron la antorcha olímpica”. Por eso, dijo, “considero que es parte de mi responsabilidad como Presidente de EEUU luchar contra los estereotipos negativos del Islam dondequiera que surjan. Así como los musulmanes no encajan en un estereotipo burdo, Estados Unidos no encaja en el estereotipo burdo de un imperio que se preocupa sólo de sus intereses”. Dijo que “la libertad en Estados Unidos es indivisible de la libertad religiosa” y eso explica que haya 1.200 mezquitas repartidas en todos los estados de la Unión y que el gobierno haya recurrido a los tribunales para proteger el derecho de las mujeres musulmanas a llevar el jiyab. 

Tras su amplio y convincente exordio, el presidente Obama entró de lleno en su tesis de que “Estados Unidos no está y nunca estará en guerra contra el Islam”, pero “les haremos frente sin descanso a los extremistas violentos que representan una grave amenaza para nuestra seguridad... Y es mi deber principal como Presidente proteger al pueblo estadounidense”. Como ya lo anotamos con ocasión de su discurso de posesión, en el que pronunció en El Cairo también se conjugó el carisma del pastor religioso con la seguridad y la contundencia de quien se sabe líder de la mayor potencia mundial y, en consecuencia, no tiene diferencias de fondo con sus antecesores en el tratamiento de los problemas y sus soluciones. 


De ahí su tácito reconocimiento al presidente Bush cuando dijo que “hace más de siete años, Estados Unidos tenía amplio apoyo internacional cuando fue en pos de Al Qaida y el Talibán. Ir allá no fue una opción; fue una necesidad. Al Qaida asesinó sin misericordia a más de 3.000 personas el 11 de septiembre, se adjudicó responsabilidad por el ataque y aún ahora sigue declarando repetidamente su determinación de asesinar a gran escala... Éstas no son opiniones para debatir, son hechos que debemos afrontar”. Enseguida advirtió: “Y que quede claro: no queremos mantener a nuestras tropas en Afganistán... De muy buena gana enviaríamos de regreso a casa a todas nuestras tropas si tuviéramos la certeza de que no hay extremistas violentos en Afganistán y Pakistán decididos a asesinar a todos los estadounidenses que puedan. Pero esa aún no es la situación”. 


Son bien conocidas sus diferencias con la administración anterior con respecto a Irak, pero reconoció que “a fin de cuentas, el pueblo iraquí está mejor sin la tiranía de Sadam Hussein”, haciendo la reserva –tan fácil a posteriori– de que “los acontecimientos en Irak han recordado a los EEUU que es necesario usar la diplomacia y promover consenso a nivel internacional para resolver nuestros problemas cuando sea posible”. No obstante, reafirmó que sus tropas estarán allí hasta que el gobierno, democráticamente elegido, esté en capacidad de garantizar “un Irak seguro y unido”. 


Ya habrá tiempo de referirnos a lo que dijo el presidente Obama en El Cairo sobre la otra gran fuente de tensión con el mundo musulmán, específicamente con Irán por su pretensión de convertirse en potencia nuclear. Por lo pronto, sólo cabe desearle mucho éxito al final de su periplo por Medio Oriente y Europa.

 

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