lunes, 8 de junio de 2009

¡Salud, señora General Bustos!

Editorial

El Mundo, Medellín

Junio 7 de 2009

El presidente Uribe, que no da puntada sin dedal, le acaba de hacer el delicado encargo de dirigir el combate a la criminalidad entre menores.

Cuenta Álvaro Castaño Castillo, en su libro La Policía, su origen y su destino, la deliciosa anécdota de cómo surgieron en 1791, en la eglógica Santa Fe de Bogotá, dos servicios paralelos y complementarios: el alumbrado público y la policía primigenia. En realidad, no se llamaban ‘policías’ sino ‘serenos’, y entre sus funciones estaban “la vigilancia de calles y negocios, especialmente durante la noche, el aseguramiento de los candados de puertas y ventanas de almacenes y residencias para evitar los saqueos, además de pregonar el estado del tiempo y anunciar las horas, entre otras”.


Tuvo que pasar un siglo para que de aquellos simpáticos precursores se pasara en Colombia a los verdaderos policías. Claro que con los Cuerpos de Serenos también fueron surgiendo las policías municipales y departamentales, pero éstas desaparecieron para dar paso a la Policía Nacional de Colombia, creada por el presidente Carlos Holguín Mallarino, mediante Decreto No. 1.000 del 5 de noviembre de 1891. En realidad se trató de un cuerpo de gendarmería, compuesto por 300 efectivos, que a lo largo de sus casi 118 años de existencia se ha venido fortaleciendo, tecnificando y convirtiendo en una de las más queridas instituciones del país, con 147 mil efectivos, de los cuales el 5 por ciento son mujeres.

Un porcentaje relativamente pequeño pero muy significativo de participación femenina, ya que, por razones históricas, culturales y sociales, que no es del caso mencionar aquí, el acceso de la mujer a las Fuerzas Armadas tardó muchos años y, particularmente en la Policía, la apertura comenzó en 1953, en el gobierno de Rojas Pinilla, cuando, por Resolución 3135, se dio vida al Cuerpo de Policía Femenino, que incorporó un grupo de 47 damas a las que se les otorgó el grado de tenientes. En 1979 egresó de la Escuela de Suboficiales Gonzalo Jiménez de Quesada, como cabo segundo, Martha Beltrán Guerrero, primera mujer que alcanzó el grado de sargento en el 2001. De la misma promoción fue la cabo segundo María Eugenia Galeano Quintero, primera mujer con grado de comisario. En 1980 se inauguró el primer curso de oficiales femenino en el ramo de vigilancia, con trece aspirantes, de las cuales siete se graduaron como subtenientes y una de ellas es hoy la flamante Brigadier General de la República, Luz Marina Bustos Castañeda, a quien saludamos y felicitamos efusivamente por lo que representa personalmente para ella ser la primera mujer colombiana en acceder al generalato, ese exclusivo club de los más altos oficiales de las Fuerzas Militares y de Policía, a cuyo cargo está dirigir las complejas tareas relacionadas con la seguridad ciudadana, el orden público y la defensa de la Nación.


Como la de todas las mujeres que han conquistado sitiales importantes en el servicio público y en las actividades privadas, la vida de la Brigadier General Bustos ha sido de sacrificio en pos de sus metas y ha estado determinada por su vocación de servicio infatigable durante 29 años en la Policía Nacional. “Cuando se abrazan sueños, uno lucha y la persistencia es lo único que no se puede dejar”. Cuenta que el comienzo no fue grato ni fácil por el machismo que se vivía en la institución. Su nombre ya había sonado en varias ocasiones para el curso de ascenso al grado de brigadier general, la última en 2006. Sin embargo, una norma le extendió su permanencia como coronel por dos años. En el 2008, finalmente, Bustos se ganó un cupo entre los 10 coroneles que, de 26 que aspiraron, fueron llamados al curso de general. “Creo que ahora que se dieron las cosas seré una mujer estricta en mis decisiones y mi trabajo, muy comprometida con la responsabilidad que tenga”. Tras recibir el sol de manos del Presidente de la República describió ese momento como “un acontecimiento que hace parte de la historia, no solamente de la Policía sino del país y para mí es un momento sublime y retador’”.


La Brigadier General Bustos es abogada de la Universidad Católica de Colombia, con especialización en Derecho Administrativo, Derecho Penal y Ciencias Forenses y desde que se hizo subteniente en 1981 se ha desempeñado en múltiples cargos en la Policía Metropolitana de Bogotá, en la Inspección General, en el Fondo Rotatorio de la Policía Nacional y en la Subdirección General de la institución. También ocupó el cargo de Directora de Sanidad, fue agregada de Policía ante el Gobierno de Panamá y es la actual Directora Administrativa y Financiera de la institución. Su hoja de vida la adornan 40 felicitaciones otorgadas por los mandos institucionales y una veintena de reconocimientos de la entidad y de diversas autoridades civiles del país. Con todo eso, como sucede con muchas mujeres de Colombia, le ha quedado tiempo y energía para ser esposa, por 22 años, del coronel (r) Rafael Cepeda y madre de tres hijos.

El presidente Uribe, que no da puntada sin dedal, le acaba de hacer el delicado encargo de dirigir el combate a la criminalidad entre menores. Bajo su mando tendrá toda la “fuerza de la Policía femenina”, con el reto de diseñar programas en las ciudades más afectadas por actividades delictivas de menores. Contará con la ayuda de 9.000 cogestores de Familias en Acción y el Instituto de Bienestar Familiar. “Queremos adelantar, de inmediato, cuatro programas piloto: uno en Florida y otro Candelaria (Valle del Cauca); otro en alguna de las comunas de Medellín y otro en Cali”, dijo el Presidente.


Le deseamos toda la suerte del mundo a la señora General de la República, Luz Marina Bustos – que no “generala”, como titularon erróneamente muchos colegas nacionales y extranjeros, pues así se llama, según el DRAE, el toque de tambor, corneta o clarín para que las fuerzas militares se pongan sobre las armas – y a sus compañeras de armas, que vienen empujando hacia el generalato – tanto en la Policía como en las demás FFAA – las animamos a que no desmayen, pues ahí está su magnífico ejemplo como prueba de que “sí se puede”.

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