Alberto Velásquez Martinez
El Colombiano, Medellín
Agosto 5 de 2009
En Venezuela hay Chávez para rato. Es un prestidigitador mediático, un "comunicador compulsivo que seduce a las plateas como si fuese un teleevangelista". Su combustible para mantener las ilusiones populares, difícilmente se agotará mientras tenga petróleo en abundancia, cuyos precios llenan sus alforjas para seducir a los mandatarios satélites que giran alrededor de su órbita.
Chávez tiene a América latina dividida en dos bandos. Es lo que el escritor Michael Reid -editor de la influyente revista The Economist- llama el Continente olvidado. Si por un lado están México, Brasil, Chile, Colombia y Perú, que practican el imperio de la ley, las garantías a la iniciativa privada -con gobiernos de izquierdas civilizadas que como el Brasil, Chile y Uruguay aceptan el libre mercado con estabilidad macroeconómica complementada con políticas sociales- por el otro está el embeleco del Alba. Porción del continente populista en donde rigen, "más las dádivas paternalistas de los caudillos mesiánicos que el imperio de la ley y la democracia". Ese experimento lo animan Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, sindicato de una "izquierda de radicales, socialistas, nacionalistas, antiestadounidenses y anticapitalistas". Niegan la libertad de opinión y de expresión, atropellando el derecho a la información plural. Contribuyen a la desestabilización de una América Latina rezagada del desarrollo económico y el progreso social.
No es fácil sustituir a Chávez, por lo menos a corto plazo. Y mientras él persista, la ola populista seguirá latente en esta parte del hemisferio para mantenerla convulsionada. En Venezuela no hay una clase dirigente empresarial fuerte y decidida capaz de tener alguna influencia, con poder de convencimiento, sobre el gobierno de su país. Además Chávez la tiene dividida. Su agrietada clase dirigente empresarial, conjuntamente con la deshonrada clase política, tienen mucha culpa del desorden institucional que allí impera. Sus errores fabricaron la figura de Chávez.
Es tal la influencia de Chávez en América Latina -lo que sería una torpeza subestimarla- que mandatarios tan serios como Lula y Bachelet, le hacen ahora el juego a la construcción del banquillo de los acusados en donde pensaban sentar al Presidente colombiano para fabricarle, a través del Unasur, un juicio, similar al de Nuremberg en la época del postnazismo. Allí ha fallado la diplomacia colombiana, que desde hace rato ha debido iniciar un eficaz cabildeo ante los mandatarios más influyentes de América para explicar que la presencia de militares norteamericanos en bases colombianas no afectaría la seguridad del continente, sino que contribuiría a la defensa de sus democracias, amenazadas todas por el terrorismo y el narcotráfico. Ojalá la visita que ayer inició por siete países de Suramérica el presidente Uribe, dejando a Chávez y a Correa por fuera, logre desactivar la bomba de tiempo, cuya mecha quieren prender la semana entrante en Quito, aquel reconocido binomio de manipuladores.
Si alguna vez, en la etapa franquista, el filósofo Ortega y Gasset escribió que España era el problema y Europa la solución, ahora, aquí en la región, Venezuela es el problema y difícilmente América será la solución. Es un continente fraccionado y cada vez más rezagado frente a la Unión Europea y a la zona desarrollada del Asia Pacífico.
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