Por Jaime Tobón Villegas
El Mundo, Medellín
Agosto 14 de 2009
He venido observando la multitud de comentarios que han expuesto sobre este problema, tanto en la prensa nacional como internacional, de donde se desprende la legitimidad del acuerdo para perseguir los dos flagelos que se presentan en Colombia, como son: el terrorismo a cargo de las organizaciones criminales Farc, ELN y AUC y el narcotráfico a nivel internacional. Las bases no serán para vigilar países vecinos, ni para montar guardia contra ellos. En el caso de Venezuela, ningún país protestó cuando el coronel Chávez resolvió armarse hasta los dientes, porque es su capricho y voluntad, ese sí preparándose para invadir a Colombia por el oriente, para que su súbdito Rafael Correa lo haga por el sur. A esto habría que agregar lo de Nicaragua, el fenómeno de Honduras y lo de Evo Morales en Bolivia.
La lucha contra el terrorismo está planteada en Europa con
Considero que no debemos seguir observando pasivamente unos cuantos locos apoyados en su narcisismo enfermizo para pretender manejar un continente de 400 millones de habitantes para satisfacer sus aficiones por la guerra, la sangre, el delito y el desorden total.
Pensaría que es necesario solicitar del Gobierno Nacional, prudentemente, que designe embajadores de la más alta solvencia moral y categoría académica y profesional, conocedores del país y de sus instituciones, para llevar la representación de Colombia ante países como Brasil, Argentina, Chile, Perú, México, Centro América y, por qué no, en Venezuela y Ecuador.
Estas representaciones tienen que ser de la más alta categoría para evitar que sigan demeritando las políticas económicas y sociales que el gobierno del presidente Uribe y su equipo de colaboradores están llevando hasta el final de su mandato.
No olvidemos que los últimos gobiernos antes del 2002 decidieron entregar una parte de nuestras embajadas en Europa a los amnistiados y perdonados de los más graves delitos, como la toma del Palacio de Justicia y el sacrificio de los magistrados de
¿Hasta cuándo seguiremos ignorando la historia?
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