Por Oscar Tulio Lizcano
El Colombiano, Medellín
Agosto 9 de 2009
Norelcy fue una de ellas. En medio de la pútrida selva, cuando vi que estaba embarazada, con su baja estatura y su rostro infantil en realidad parecía una niña jugando a "mamacita", pensé que la imagen era absurda. Pero en la guerrilla la vida no es un juego. Luego me enteré de que los comandantes le habían quitado el bebé y se lo entregaron a una pareja de campesinos de la región donde hacía presencia el grupo guerrillero. Hoy, cuatro años más tarde, Norelcy llora porque a pesar de estar desmovilizada no ha podido recuperar a su hija. También conocí a Tatiana, que el deseo de ser madre la empujó a desconocer la prohibición de quedar en embarazo, impartida por sus superiores, y fue drásticamente sancionada, como les sucedió a otras niñas que se negaban a abortar. Algunas las habían fusilado.
En muchos casos, sus historias de vida están marcadas por maltrato intrafamiliar y abuso sexual -casi siempre de sus padrastros o familiares cercanos-. Una comandante perteneciente al Estado Mayor de las Farc, con veinte años de pertenecer al grupo armado, cuando llevaba seis años de cautiverio me dijo "todas, como yo, fuimos desde niñas abusadas por nuestro padrastro ante la indiferencia o complicidad de nuestras propias madres, que no contentos nos golpeaban y humillaban".
Otro factor de carácter sicosocial es el vínculo amoroso que estas mujeres establecen con los guerrilleros. Y tampoco se puede dar por descontado el temor que les genera ser víctimas de la violencia de los paramilitares. Ello, sumado a la falta de oportunidades, las impulsa a buscar refugio en la guerrilla. Una ilusión de poder o estatus del "no futuro".
La necesidad de reconocimiento las lleva a regresar al sitio donde padecieron discriminación y maltrato. Ahora, cuando empuñan un fusil y visten de camuflado, son ellas las que tienen la autoridad para impartir justicia, pues en muchas regiones del país la guerrilla es quien impone sus métodos de resolución de problemas en la población civil, castiga con tareas cívicas y hasta intermedia en problemas sentimentales.
Según estudiosos del conflicto, el rango más probable de reclutamiento en la guerrilla en las mujeres está entre los 14 y 16 años. Por ello, en las crónicas del libro " Años en Silencio ", mi testimonio de secuestro, sus protagonistas son niñas con ese promedio de edad.
A lo anterior se le agrega causas como familias numerosas, disfuncionales, con ausencia de alguno de los padres o carencias afectivas que finalmente tienden a expulsar a estas niñas al conflicto. A falta de una infancia adecuada, son más proclives al reclutamiento.
No se puede dejar pasar por alto una situación que es frecuente en las llamadas zonas históricas, aquellas que son vulnerables al fortalecimiento de la agrupación guerrillera. Allí, coinciden significativamente las necesidades básicas insatisfechas, condiciones de pobreza, desempleo y acceso restringido del sistema educativo, condiciones típicas de los municipios con más alto riesgo. En consecuencia, el Estado debe tomar medidas sobre situaciones como las que señalo, son apenas el pálido y cruel reflejo de una realidad social donde los colombianos no podemos seguir indiferentes.
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