Por Rafael Rodríguez Jaraba
El País, Cali
Agosto 8 de 2009
Los papalotes manejados desde Miraflores están tratando de vivificar el ‘negacionismo’: vieja, manida y perversa postura, que cínicamente desconoce la verdad, niega la realidad y distorsiona el decurso histórico de los hechos.
Todos los hechos que demuestren los nexos de Chávez, Correa y Ortega con las Farc son falsos. Toda evidencia que pruebe la tolerancia complaciente con el ‘narcoterrorismo’ es infame y calumniosa y, por ende, ni tiene valía ni merece credibilidad.
El ‘negacionismo’ adoptado por los miembros del eje bolivariano es parte de la estrategia invasiva y envolvente que han desatado contra Colombia.
Todo lo que diga, calle, haga u omita el Gobierno colombiano es de mal recibo. Todas sus decisiones comprometen la estabilidad de la región y conspiran contra su seguridad. Como si la autodeterminación de las naciones estuviera sometida al escrutinio internacional. No en vano, el pueblo hondureño ha rechazado este extravagante embeleco, prohijado por el vejado y desvergonzado Secretario General de la OEA.
Es ingenuo atribuir nuestras dificultades con los vecinos al natural disenso que se produce en el amplio espectro de la democracia o a la difícil armonización de intereses y matices propias del pluralismo.
Que nadie olvide que Chávez y Ortega son amigos confesos del terrorismo. Por su parte, Correa, Lugo, Morales y los corifeos en cubierta de Chávez, aún sienten vergüenza en admitirlo. Por eso, no debemos esperar sinceridad de ellos.
Las dificultades que enfrentamos con Caracas, Quito y Managua son maquinadas y deliberadas, pues responden a una fría concertación de empeños y a una coordinación de acciones. La contundencia de los hechos disipa la duda y niega espacio a la sugestión, la paranoia o la alucinación.
La diplomacia y la mediación, eficaces herramientas para construir entendimiento, son inútiles si las partes en desencuentro no tienen voluntad de arreglo. A Venezuela, Ecuador y Nicaragua no les interesa la normalización de sus relaciones con Colombia. Consideran al Gobierno del presidente Uribe un saliente escollo que obstruye el plan expansionista de Chávez. Entre tanto la Casa de Nariño no se identifique con el mesiánico ideario de Miraflores, estaremos condenados a tener vecinos hipócritas y desleales.
Días difíciles vive la integración económica regional y, para afrontarlos, Álvaro Uribe requiere de excepcional virtud y sabiduría. Nunca, como ahora, ha sido tan importante el empleo de un lenguaje amable, sereno y moderado, pero a su vez sincero y firme.
Colombia no puede caer en la celada de la contradicción ni ser presa de la confrontación. Tampoco debe callar, pues nada hace más furiosa la esquizofrenia que el silencio.
El Presidente debe insistir en la cooperación y mostrarse amigo invencible del entendimiento. Cada improperio que reciba debe ser debilitado con una reconvención afable y serena.
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