Por Mauricio Vargas
El Tiempo, Bogotá
Agosto 9 de 2009
Hace pocas semanas, un estudioso de los temas de opinión pública me dijo, a propósito del retiro de Noemí Sanín de la embajada en Londres y de su ingreso al abanico de presidenciables de la campaña electoral: "Ella es como el Airbus 380, un avión gigantesco y aparatoso que no va a encontrar aeropuerto donde aterrizar". A los pocos días, su apreciación se vio confirmada por las dificultades que Noemí encontró al regresar al país.
Se trata de un avión que vuela alto. Con una relación de 58 por ciento de imagen favorable contra 22 por ciento de desfavorable, según el más reciente Gallup Poll, y con una intención de voto nada despreciable, tanto si logra meterse en la consulta conservadora, como si se suma a la consulta interpartidista que planean los liberales con Germán Vargas Lleras y otros de pasado rojo, la ex canciller es una opción interesante para las elecciones del 2010. Pero, ¿logrará aterrizar con éxito?
Ese es su gran problema. En el Partido Conservador, del que ella ha renegado por muchos años, algunos le quieren abrir las puertas de la consulta con un aplazamiento de la fecha para que tenga tiempo de hacer campaña. Pero muchos otros azules la ven con desconfianza. Y no solo por haber negado tantas veces su condición de conservadora en el curso de sus anteriores campañas en 1998 y el 2002, sino porque tampoco tienen claro si ella terminaría pactando con otros sectores una consulta interpartidista, en caso de ganar la candidatura conservadora.
La verdad es que ni los conservadores, ni los liberales, ni los sin partido saben a ciencia cierta qué quiere Noemí. Tras siete años como embajadora de Uribe, parecía lógico que engrosara el ramillete de candidatos uribistas. Pero, tras reunirse con el ex presidente César Gaviria, jefe del liberalismo en la oposición, desconcertó a más de uno. Más aún cuando, al tiempo que mantenía contactos con el liberalismo antiuribista, sus amigos en el conservatismo uribista bregaban por aplazar la consulta para que ella pudiera entrar a la disputa por el estandarte azul. Muchas dudas despierta una candidata que no ha dicho con claridad si va a actuar como uribista o como antiuribista, si va a participar en la consulta conservadora, si se va a meter en una con candidatos de origen liberal o si va a montar una candidatura independiente.
Algo de razón le cabe al ex ministro conservador Andrés Felipe Arias al tacharla de oportunista, porque oportunismo es lo primero que a uno se le viene a la cabeza cuando observa los ambiguos movimientos de Noemí Sanín en los pocos días que lleva en Colombia. Ella vivió muchos años fuera del país y, quizás por eso, no se enteró de que la época en que un candidato podía jugar a la indefinición quedó en el pasado. Si algo han aprendido los colombianos del liderazgo de Álvaro Uribe es que quieren a alguien que hable claro, que diga qué piensa frente a los grandes temas -seguridad, pobreza, infraestructura, Chávez, las bases militares- y no que se la pase despistando a todos los bandos con juegos de mecánica electoral o tratando de mantener su indefinición para no ahuyentar a posibles electores. A excepción de Sergio Fajardo, cuyos silencios comienzan a costarle en las encuestas, es fácil decir de qué lado están los demás candidatos en la mayoría de los temas.
Noemí debe saber que ese ecumenismo que ella tanto ha pregonado, y con el que trata de sumar, sin fijar un rumbo, a muchos que piensan muy distinto, ya no rinde en el país. Que hable claro, que se defina, que diga que es conservadora, o independiente, o -si quiere- liberal, pero que diga algo. Porque, si su gigantesco avión sigue dando vueltas por los cielos colombianos sin encontrar una pista donde aterrizar, se le puede acabar la gasolina. Y, en ese caso, va a venirse al suelo como un gigantesco piano.
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