Sergio Muñoz Bata
El Tiempo, Bogotá
Agosto 5 de 2009
La profunda crisis económica por la que atraviesan México, Estados Unidos y, aunque en menor medida, también Canadá no permite esperar grandes resultados de la Quinta Cumbre de América del Norte entre los jefes de Estado Stephen Harper, Barack Obama y Felipe Calderón, programada para la próxima semana en la ciudad de Guadalajara.
La previsible precariedad de los resultados no debería, sin embargo, desalentar a los participantes en su empeño por llegar en un futuro no tan lejano a la anhelada unión de los países de América del Norte. Y, para documentar su optimismo a futuro, bastaría con recordar que lo que en los 70 era sólo una ilusión se convirtió en realidad en 1994, al firmarse el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica que sentaba las bases para una integración económica regional más profunda.
La infamia del 11 de septiembre del 2001, que enlutó a Estados Unidos, obligó también a una prolongada pausa en el anhelado proceso de integración regional.
Para el 2005, el Tratado de Libre Comercio ya había cumplido su cometido inicial multiplicando el comercio trilateral; estableciendo mecanismos de resolución de conflictos comerciales entre los socios, y colocando a la región como la primera potencia comercial del planeta. Por otra parte, la dinámica natural de la globalización había facilitado la inserción de China e India en el panorama económico mundial, lo que creó nuevos retos de competencia a los países de Norteamérica. Así mismo, la multiplicación de las redes de organizaciones criminales multinacionales representaba entonces nuevos retos a la seguridad del subcontinente.
Para hacer frente a estos nuevos desafíos, los tres países de la región decidieron emprender un nuevo esfuerzo por redoblar su seguridad regional, su competitividad económica y, en la medida de lo posible, por reducir las disparidades en su desarrollo económico.
En un artículo publicado en marzo del 2005, John Manley, Pedro Aspe y William Weld abogaban por que se estableciera un fondo de inversión que no solo pudiera beneficiar económicamente a ciertas regiones de México, sino que contribuyera de forma efectiva a mitigar los flujos migratorios de trabajadores indocumentados procedentes de esas áreas geográficas.
La iniciativa no progresó y, a cambio, generó una violenta reacción de los grupos más xenófobos del país, encabezados por el inefable Lou Dobbs, de la cadena de noticias CNN. No se piense, sin embargo, que la xenofobia fue la causa única del descarrilamiento del plan. Para nadie era un secreto entonces que la profunda asimetría entre México y sus dos socios dificultaba enormemente el manejo político de cualquier programa de asistencia económica al socio más pobre.
Hoy, la atribulada circunstancia económica de los tres países del área imposibilita aún más la vieja idea de forjar una unión americana. Colocado frente a esta circunstancia, México debe entender que su viabilidad en la globalización depende fundamentalmente de sus propios recursos; de su capacidad para reformar su vergonzoso, incoherente y fracasado sistema político, que, en vez de procurar consensos para bien del país, se desgasta lastimosamente en la confrontación estéril; de su voluntad colectiva para asumir su responsabilidad como una de las 20 economías más grandes del mundo y hacer un esfuerzo serio para mejorar la pésima calidad de su sistema educativo; de su energía para capacitar a su fuerza laboral y hacerla competitiva globalmente; de su decisión para promover la invención e invertir en la investigación científica y tecnológica; de la capacidad que tenga para emprender la reforma integral de su sistema judicial y terminar con la impunidad.
Los atrasos seculares de México, sin embargo, no impedirán que en la reunión de Guadalajara se logre avanzar en el desarrollo de programas de cooperación energética, de salud y de seguridad con sus vecinos del área, aunque siga pendiente el viejo sueño de la Unión Americana.
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