martes, 11 de agosto de 2009

Unasur, sin Colombia

Editorial

El Mundo, Medellín

Agosto 11 de 2009

No nos alegra para nada que el tiempo nos esté dando la razón con relación a Unasur y al CSD.

La III Cumbre Ordinaria de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) que se celebró ayer en Quito y a la que no asistieron los presidentes de Colombia, Álvaro Uribe, por los motivos ampliamente conocidos; y de Perú, Alan García, quien había dicho una semana atrás que “no estaba interesado en asistir a una reunión en la que no se tratan temas de fondo”, concluyó con una derrota para el equipo de los “duros”, comandado por Chávez, que pretendía que se aprobara una resolución de condena al Acuerdo de Colaboración Militar entre Colombia y los Estados Unidos y que la misma quedara consignada en el documento final de la Cumbre.

Como queriendo reafirmar el liderazgo que adoptó hace nueve años, en Brasilia, cuando apareció como gran impulsor de la idea que sólo en el 2004, en la cumbre presidencial de Cuzco, se concretó en la llamada Comunidad Sudamericana de Naciones, hoy Unasur, el presidente Luiz Inácio Lula Da Silva repitió que le preocupaba el acuerdo militar de Colombia con Estados Unidos, pero que “la salida a esta situación debe darse a través del diálogo y el debate”. Propuso a sus colegas de Unasur que, en bloque, se pida al gobierno de Estados Unidos una explicación sobre ese acuerdo: “Esto se resuelve con una conversación, con vernos la cara”. En su posición fue secundado por el presidente paraguayo, Fernando Lugo, quien fue aun más lejos en una especie de premonición: “La Unión Suramericana de Naciones es un organismo que tiene poca vida y depende de sus miembros seguir construyendo la unidad”, para terminar, sin mencionarlo, dándole la razón al presidente Uribe: “Lo que no quiere ningún presidente de Unasur es asistir a una cumbre y que lo sienten en la silla de los acusados”.

A falta de acuerdo para condenar a Colombia, pues los estatutos de Unasur obligan a que toda decisión se adopte por consenso, los mandatarios – con excepción de Chávez – aceptaron aplazar la discusión del tema de las bases norteamericanas en Colombia para el 24 de agosto, cuando se reúna en Quito el Consejo de Defensa de Unasur, aun cuando Rafael Correa, el flamante nuevo presidente pro témpore, que hasta ayer ejerció la señora Bachelet, advirtió que “si las cosas se vuelven muy graves”, convocaría “una reunión extraordinaria de presidentes”. De inmediato, la señora Cristina de Kirchner la pescó en el aire para decir que “es imprescindible que invitemos al presidente Álvaro Uribe a un lugar donde no tenga la sensación de que hay hostilidad, lo que hay que quitar son las excusas”; propuso para la cita a Buenos Aires o a Bariloche y, además, prometió que ella en persona se encargaría de invitarlo. Francamente, no nos parece una anfitriona confiable quien ha dicho en todos los tonos que “esas bases son inconvenientes” y que, con su conocida arrogancia, le pide al presidente Uribe “bajar el nivel de conflictividad” en la región, renunciando al acuerdo militar con EEUU. Eso es simplemente un cambio de escenario para la encerrona que le querían hacer en Quito y no creemos que el presidente de Colombia vaya a aceptar una partida con dados cargados ni a escuchar el canto de sirena, por bella que sea.

El coronel Chávez no permitió que se levantara la sesión sin antes dejar constancia de su desacuerdo con el aplazamiento y con que no se incluyera en la Declaración Final de la cumbre una referencia al tema de las bases norteamericanas. Con su conocida perorata anticolombiana y antiyanqui – que va del insulto y la amenaza hasta presentarse como víctima de la peor agresión – dijo, apocalíptico, que “vientos de guerra comienzan a soplar... nos tienen en la mira”. Acusó a Colombia de “seguir las tesis del ataque preventivo” y remató con que “no voy a permitir que a Venezuela le hagan lo que le hicieron a Ecuador. Tendrán una respuesta militar y contundente”. A su llegada a Quito ya había declarado a la prensa que “Hay algunos que no quieren caminar, el gobierno de Colombia, por ejemplo, no quiere la unidad, está actuando contra la unidad de Suramérica, porque está sujeto al mandato del imperio, está subordinado... Entonces, que se baje del tren”. Pues si nos lo pide el maquinista de Unasur, lo que nos queda es esperar la próxima estación para apearnos y, de paso, invitar a hacer lo propio a los presidentes García y Lugo, ante la inutilidad del “diálogo de sordos” que caracteriza a ese foro desde sus inicios.

Y conste que lo advertimos. Al término de la I Cumbre, a comienzos de octubre de 2005, en Brasilia, a la que no asistió el presidente Uribe, recordamos que detrás del proyecto de la Comunidad Sudamericana de Naciones, surgido cinco años atrás, estaba la intención de Lula de convertir a Brasil en el líder de Latinoamérica y disputar a Estados Unidos la supremacía política y económica sobre la región. “El problema – escribimos entonces – es que en el grupo de potenciales socios hay tal disparidad de criterios y de enfoques que pocos le apuestan al éxito de la empresa. Por nuestra parte, no le vemos mucho porvenir e interpretamos la participación colombiana como una especie de seguro para que no nos tachen mañana de indiferentes a la integración o faltos de solidaridad sudamericana”.

Después, a propósito de la creación, en la Cumbre de Bahía, en diciembre de 2008, del llamado Consejo Sudamericano de Defensa – una supuesta “instancia multilateral de diálogo y cooperación en temas de seguridad”, a la que ahora quieren trasladar el “juicio sumario” a Colombia –, escribimos en estas columnas que “participar en ese Consejo carece de toda justificación porque entra en contradicción con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca”; advertimos que la misma Unasur estaba inspirada en una animadversión hacia la OEA y era una pena que Colombia hubiera suscrito ese par de embelecos. No nos alegra para nada que el tiempo nos esté dando la razón.

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