lunes, 10 de agosto de 2009

Y además, apátridas

Por Álvaro Valencia Tovar

El País, Cali

Agosto 10 de 2009

El origen comunista-fidelista del ELN trazó un carácter leninista imborrable, producto de la exportación revolucionaria de Fidel Castro designada a hacer una Sierra Maestra del Andes Suramericano. Fabio Vásquez Castaño y sus camaradas de la Juventud Comunista, seleccionados por los agentes de Fidel para recibir en Cuba formación revolucionaria y entrenamiento guerrillero, se desprendieron intelectualmente de Colombia dentro del concepto universal de rebelión del proletariado, que conduciría a la implantación del comunismo bolchevique en el mundo.

Casi cinco años de ejercer el comando de la Quinta Brigada en los santanderes, cuna del ELN, me permitieron penetrar a fondo en las raíces ideológicas y motivaciones pasionales de los jóvenes que integraron sus filas, comenzando por los estudiantes de la Universidad Industrial de Bucaramanga, alistados en la guerrilla y en sus redes clandestinas tanto urbanas como rurales. Para ellos, Colombia no desaparecía como Patria, pero la desdibujada noción se subordinaba a la filosofía marxista, cuyo dominio universal nos incorporaría tarde o temprano dentro del determinismo histórico a un mundo sin fronteras.

El ataque artero de ese movimiento en agonía contra la cabalgata que revive 200 años después la gesta emancipadora, al colocar una mina a su paso que terminó con la vida de un joven carabinero de la Policía Nacional, denuncia la permanencia de tales rasgos en las filas de secuestradores y terroristas que conservan el denominativo de sus etapas iniciales. Ejército de Liberación Nacional. ¿Liberación de quién o de quienes en la desgastada dialéctica elenista? De la oligarquía vendida al imperialismo yanqui y de sus esbirros militares que la sostienen bajo la férula del Pentágono.

Es cierto que nuestra descaecida democracia requiere una reforma profunda que ella misma debe ser capaz de realizar, sacando de sus entrañas las energías requeridas para una transformación auténtica. Pero no son los selváticos restos de algo que ni siquiera siente vibrar en las almas de sus militantes el sentido de Patria los llamados a realizarla con el Estado proletario como mira. El artefacto explosivo colocado en la ‘Ruta Libertadora’ es la mejor autocondena que la guerrilla supérstite puede inflingirse. Condenado el hecho por la nación entera, ¿qué revolución puede realizar un minúsculo grupo de rufianes huérfanos de pueblo que acompañe su demencial aventura? Por desgracia, esta pregunta no son capaces de formularla los desastrados restos del que fuera empeño idealista, pero lunático de sus antecesores formados en La Habana.

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