Editorial
El Mundo, Medellín
Junio 11 de 2009
Alegando “razones humanitarias” y atribuyendo a la ligera al señor Pizango el carácter de “perseguido político”, el gobierno del señor Ortega corrió a protegerlo de la acción de la justicia peruana, como ya lo hizo con “las heroínas” y supuestas víctimas de “terrorismo de Estado”, la mejicana Lucía Morett y las colombianas Doris Torres Bohórquez y Martha Pérez Gutiérrez, conocidas estas últimas en la guerrilla de las Farc con los alias de “Susana” y “Diana”, las tres sobrevivientes del ataque al campamento de ‘Reyes’ en Ecuador y prófugas de la justicia colombiana, lo que fue oportunamente denunciado por el embajador Camilo Ospina ante el Consejo Permanente de
En una ejemplar actitud de firmeza institucional, al día siguiente de esa intervención, el propio presidente Alan García declaró que “como país democrático aceptamos, y está en nuestra Constitución que la calificación la hace el país que concede el asilo. Si Nicaragua considera que el señor Pizango es una persona que merece el asilo porque no tiene aquí las condiciones de juicio justo, pues hay que reconocerlo, aunque no le guste a uno”. Quedan al menos, como constancia histórica, las muy claras explicaciones de la embajadora peruana en
Aparte de la justeza o no de los reclamos de los indígenas contra la nueva Ley Forestal, un debate que sabemos se adelanta en el Congreso y en los medios de opinión ciudadana y que de la mejor manera tendrán que resolver los propios peruanos, hay dos aspectos concomitantes para que se desatara la tragedia de Bagua, absolutamente condenables. El primero, la pretensión del señor Pizango y sus conmilitones de imponer su opinión por la fuerza, bloqueando carreteras e impidiendo por 55 días el transporte de personas, alimentos, combustibles, y toda clase de mercancías, desde esa región hacia el resto del país. Y el segundo, la descarada intromisión extranjera en un conflicto netamente peruano, como lo denunció el presidente García: “Tras los hechos de violencia existió influencia externa, porque antes de la jornada de protesta, en
Se refería, sin mencionarlo, al presidente Evo Morales, quien envió una carta – ampliamente divulgada – en la que apremiaba a la indiada peruana a levantarse primero para protestar en defensa de los derechos de las etnias, luego a impulsar una rebelión contra el régimen neoliberal, y en tercer lugar, hacer la revolución. En lugar de contribuir a la coexistencia, la de Morales fue una incitación a la violencia, que demuestra que en el Perú no hay propiamente una movilización de las comunidades indígenas por reivindicar sus derechos ancestrales, sino una confabulación política de extrema izquierda con vinculaciones internacionales, prueba de las cuales, además, es el atrabiliario ‘asilo político’ concedido por el ‘presidente rufián’ al terrorista Pizango. Pero, a pesar de la tempestuosa violencia de estos días, conservamos la esperanza y hacemos votos porque el gobierno del presidente García logre una salida que retorne la paz a la hermana nación.
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