Por Maria Isabel Rueda
El Tiempo, Bogotá
Junio 14 de 2009
No pertenezco al Partido Liberal, aunque admito que un par de veces he votado por sus candidatos y, quién quita, quizás vuelva a hacerlo en las próximas elecciones presidenciales.
Con el paso de los años, he hecho los mejores amigos en sus toldos. Por eso, no me gusta lo que vienen sugiriendo las encuestas. Y ellas sugieren que sus candidatos no tienen un voto. En la última de Napoleón Franco, mi encuestador de cabecera, ninguno de ellos registra por encima del 1 por ciento de intención de voto, lo cual parece hasta ridículo, si el margen de error de la encuesta es del 3.
Que ello les esté pasando a esos buenos amigos, como Alfonso Gómez Méndez, con su madurez y experiencia política, un hombre que ideológicamente es un liberal de verdad, me parece injusto. Igual que a Rafael Pardo, que, aunque tiene más problemas de comunicación que Clint Eastwood, ello no demerita en nada su talante de estadista. Ambos vienen siendo maltratados por el favoritismo de las encuestas. Y si esos son los punteros, ni hablar de los demás.
La culpa, entonces, no es por su incapacidad. Pero achacársela al ex presidente César Gaviria parece una gran injusticia. No solo se ha prestado a hacer un trabajo tan ingrato, sino que, posiblemente, la suerte del partido ya no esté en sus manos.
El liberalismo unido nunca perdió unas elecciones desde 1930. Guillermo León Valencia y Misael Pastrana fueron presidentes conservadores por la alternación del Frente Nacional. Mariano Ospina ganó por la disidencia de Gaitán; y Belisario Betancur, por la de Galán. Pero sin estar dividido, el liberalismo solo vino a perder las elecciones por primera vez en 1998 frente a Andrés Pastrana, cuando le cayó la roya del gobierno de Ernesto Samper. Desde entonces, no volvió a levantar cabeza. Nuevamente llegó dividido a las elecciones del 2002 con la disidencia de Álvaro Uribe, quien durante sus siete años de gobierno no solo ha mantenido dividido al Partido Liberal, sino que las divisiones se convirtieron en partidos como Cambio Radical y
Bajo la era Uribe, el otrora glorioso Partido Liberal está convertido en uno de tantos otros. Y la consulta interna del liberalismo, reducida a un episodio sin trascendencia. Y sus candidatos, luchando contra las encuestas a nombre de un partido menguado.
Queda la ilusión de que una vez pase el vendaval político que ha representado Álvaro Uribe para el Partido Liberal se calmen las aguas y los liberales regresen a su tolda. Pero puede que eso nunca vuelva a suceder. Primero, porque la regulación de los partidos ofrece beneficios económicos muy atractivos traducidos en sumas millonarias para los que conserven su personería jurídica. Y porque cuando sea ex presidente, algún día, Uribe seguirá siendo una figura muy fuerte con un partido propio, que muy probablemente se quedará instalado en el escenario político de manera definitiva, llámese
¿Qué es lo que probablemente le sucederá al Partido Liberal? Que su candidato único saldrá elegido con una suma cercana a los 300.000 mil votos. Y con tan escasa legitimidad, tendrá que convertirse en el sucesor del presidente Uribe. Pero también puede pasar otros cuatro años en blanco, espero que no evolucionando hacia su extinción, como le pasó al liberalismo inglés, que desapareció del mapa después de haber reinado hasta
Pero sí probablemente teniendo que resignarse a que su gloriosa saga electoral es una historia del siglo XX.
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