Por Jaime Jaramillo Panesso
El Mundo, Medellin
14 de junio de 2009
Lo creíamos muerto desde 1953. El soviético más parecido a Hitler está vivo y camuflado en miles de pacientes que cultivan el regreso al más odiado de los sátrapas del comunismo marxista, pero el mejor alumno de Lenin y Carlos Marx. No se crea que el mentor del “Padrecito Stalin” era un defensor de la humanidad porque presumía que los explotados por la burguesía, es decir la clase obrera, era la redención universal del mal que tiene como fundamento la propiedad y la libertad. Stalin es el más importante intérprete político de todo el andamiaje filosófico del creador del comunismo contemporáneo que, aplicado en la realidad, condujo a la URSS y a sus países aliados (subordinados es la palabra) a una dictadura del partido y del Secretario General (quien además ocupaba todos los cargos cupulares como Jefe de Estado, Presidente del Politburó, etc.) que forzó una economía de guerra y de hambre, que no solo utilizó la muerte y la tortura para poder gobernar, sino que debió purgar a quienes desde su propio partido pudieran criticar u oponerse a sus determinaciones. No fue una desviación del marxismo: es la clara aplicación de la teoría política de Marx.
Con motivo de la crisis del sistema económico mundial, se nota la nostalgia funeraria de aquellos que se retiraron del escenario con motivo de la caída del muro de Berlín en 1989, pinchazo final al proceso decadente del estalinismo que se mantuvo agonizante hasta ese año en que se derrumbó la “cortina de hierro”. Stalin no es un revisionista, como era usual catalogar a quienes se desviaban de la ortodoxia marxista leninista, sino el hombre que llevó a la URSS a convertirse en una potencia militar, industrial y política. Iluminado por el materialismo histórico y dialéctico, no tuvo consideración alguna con los campesinos, obreros y soldados, en un inmenso país donde lo más parecido a la clase media eran los funcionarios del estado, de sus empresas y afiliados al Partido Comunista, por supuesto. Los historiadores señalan que las víctimas del largo período estalinista (1922-1953) oscilan entre 4 y 60 millones: prisiones, campos de concentración siberianos, deportaciones masivas, fusilamientos.
De regreso a la propuesta de que el Estado es quien debe ser el dueño de los bienes de producción y que por lo tanto esa es la salida que se inicia con la capitalización y adueñamiento de la banca por los gobiernos de los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña, por ejemplo. Y que la gran industria automotriz esté dependiendo de los aportes federales, son el claro indicio del fracaso del capitalismo y de aplicar una teoría socio-económica sin futuro. Arguyen finalmente que la democracia liberal y la economía de mercado serán remplazados por un sistema socialista (léase marxista leninista). En ese enredo está el padre del “socialismo del siglo XXI”, el cual no ha escrito ni una cuartilla, menos un libro.
Los “revisionistas” del siglo XXI, es decir, los demócratas intervencionistas, no se han asustado, no obstante los nudos recesivos que marcan las bolsas de valores, las transacciones en los mercados globalizados. La crisis se está afrontando con medidas de orden externo e interno, de cara a la opinión pública y sin dogmas económicos ni filosóficos. Los neocomunistas y los que todavía no se han “desmovilizado” de la vieja guardia, que pululan en las universidades como docentes y alumnos, en algunos sindicatos sobre todo si son de servicios públicos del estado y en las esferas intelectuales incluyendo periodistas, esconden al más importante y auténtico realizador (no teórico) de la ideología comunista marxista, José Stalin, ejecutor real de la dictadura del proletariado y del internacionalismo proletario. Stalin fue consecuente, se aprendió la cartilla y mostró el verdadero rostro y resultados del marxismo leninismo.
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