domingo, 14 de junio de 2009

¿Pandora?

Por Rafael Nieto Loaiza

El País, Cali

Junio 14 de 2009

Siempre sostuve que la forma inequívoca de saber si Uribe aspiraba a otra reelección era que el Gobierno moviera la idea de convocar una asamblea constituyente. El argumento es sencillo: la constituyente es el único mecanismo capaz de solucionar el problema de acumulación excesiva de poder en cabeza del Presidente que, en desmedro de la autonomía y competencias de las otras ramas del Poder Público, traería aparejado un tercer período consecutivo.

La constituyente barajaría y repartiría de nuevo, de manera que la nueva Constitución consagraría una arquitectura institucional adecuada a la posibilidad de tres períodos consecutivos. En otras palabras, la constituyente, si bien abriría las puertas a una segunda reelección, adecuaría los términos, mandatos y sistemas de elección de las otras ramas del Poder Público de manera que se acotara el poder presidencial y se limitara su capacidad de influir en la designación de sus funcionarios.

Como hipotéticamente la constituyente podría preservar el sistema de pesos y contrapesos vital para la existencia de una verdadera democracia y así evitar el perverso impacto que, con las normas constitucionales actuales, tendría otra reelección inmediata, con su convocatoria el Gobierno acallaría las críticas de quienes nos oponemos a ella.

El Gobierno, además, tendría un argumento adicional: a principios de este mandato la idea de la constituyente fue promovida por connotados dirigentes de la oposición. Si entonces la impulsaban, ¿con qué razones podrían oponerse ahora?

Pues bien, quizá esté saltando la liebre. Esta semana Roy Barreras, ahora congresista del Partido de la U, puso la idea de la constituyente en la mesa. Debo reconocer que pareciera ser una reacción al miedo de sus colegas de votar la conciliación del texto del referendo. Y que pareciera que la idea no tuvo eco.

Sin embargo, el silencio gubernamental no deja de preocupar. Es verdad que el Presidente anduvo en Norteamérica en esos días y tal vez ni siquiera se enteró de la propuesta. Pero el Ministro de Interior sí estaba presente, tenía a su cargo las funciones presidenciales y estos asuntos son los de su competencia. Y no ha dicho esta boca es mía.

Alguien dirá que me contradigo y que mal puedo criticar la idea una constituyente si estoy convencido de que es el único mecanismo para conseguir el equilibrio de los poderes frente a la eventualidad de una nueva rerreelección.

Pues ocurre que la constituyente produce más miedos que certezas. Es una caja de Pandora de la que pueden surgir más males que bienes. Como bien recordó William Calderón en estos días, la del 53 se le voltió a Laureano Gómez, declaró la vacancia presidencial y validó el golpe de estado. La del 57 pretendió la reelección del dictador. Y la del 91, que nació con funciones acotadas y específicas, se autodeclaró competente para lo divino y lo humano.

La verdad es que nadie puede garantizar que la constituyente sí cree una carta política equilibrada y verdaderamente democrática. También podría recorrer los caminos de Chávez y de Evo y llevarnos al despeñadero. En el entratanto la incertidumbre política y la inseguridad jurídica generarían daños inmensos.

Mejor haría el Gobierno en aclarar que no está en semejante despropósito y los parlamentarios gobiernistas en dejar el culillo y votar con dignidad la conciliación pendiente.

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