sábado, 6 de junio de 2009

Un país en campaña

Alfonso Monsalve Solórzano

El Mundo, Medellín

Junio 7 de 2009

El país entró definitivamente en la contienda electoral que definirá la presidencia de la República y elegirá un nuevo congreso. Colombia asiste, atónita, al torbellino de sucesos que tiene actores con intereses encontrados y, muchas veces, irreconciliables.

Hay mucho en juego. Se trata de decidir si la política de seguridad democrática continúa y se acomoda a las nuevas circunstancias del entorno nacional o internacional, o si la nación da un giro de 180 grados y define nuevas prioridades.

Los distintos precandidatos ya han hecho públicas sus aspiraciones y sólo resta saber si el presidente aspirará a un tercer período, no porque no lo desee -es un hecho evidente que sí- sino porque su pretensión tiene que sortear grandes dificultades: la conciliación del referendo en el congreso, que podría dilatarse; la decisión de la Corte Constitucional; y si ésta es positiva, ganarlo.

Todo ello en una carrera contra el tiempo, para cumplir con los trámites y plazos de rigor, a lo que se suma, en un hecho sin precedentes, el anuncio de la Corte Suprema de Justicia de investigar preliminarmente a los 86 congresistas que votaron el referendo positivamente, al aceptar una demanda del representante Germán Navas Talero, en momentos en que la comisión de conciliación interparlamentaria va a conformarse para decidir el texto final de la ley (algo que ha sido visto por muchos como una intromisión de la Corte Suprema en las atribuciones del congreso y de los congresistas, para frenar dicho referendo). Aunque cualquier cosa puede pasar, lo establecido es que el parlamento tiene, por Constitución, ratificado en sentencia de la Corte Constitucional, el derecho a la inviolabilidad del voto, principio éste que es de la esencia de la democracia, pues el congreso es el representante del pueblo, depositario de la soberanía, para crear las leyes.

En caso de que Uribe fuere candidato, superando todas las dificultades señaladas (y otras que pueden escapárseme), tendría que enfrentar un escenario de crispación en el que la Corte Suprema desempeñaría, posiblemente, un papel protagónico; y en el que las fuerzas de la oposición terminarían uniéndose, realizando una campaña que podría ser muy agresiva, aunque, a la hora de las votaciones, muchos electores del partido liberal terminarían apoyándolo. Los electores uribistas, los de opinión que se inclinen por la continuidad de la política de seguridad democrática y los liberales inconformes con el manejo de su partido, podrían asegurar el triunfo del presidente.

En el supuesto de que el primer mandatario no pudiera presentarse, las fuerzas uribistas tenderían a constituir una coalición con un candidato único, lo que permitiría la continuación de la política de seguridad democrática. Pero las posibilidades de que la coalición triunfe dependen de la fuerza de su fortaleza, en lo que Uribe tendría mucho que ver.

La oposición está triplemente fracturada. El partido liberal tiene un ala uribista cuyo vocero más reconocido es Rodrigo Rivera, al que seguramente excluirán o él se retirará. La salida de Lucho Garzón es una señal de que es imposible que convivan en un partido, moderados de izquierda y radicales de izquierda. Por ahora, el Polo Democrático Alternativo y el Partido Liberal, irán con candidatos propios. Una posible coalición depende de quien gane la consulta interna del Polo. Si triunfa el ala radical, dicha alianza no estará garantizada. Los candidatos independientes son figuras prominentes con pocos votos, salvo Sergio Fajardo, que sí parece tenerlos. El ex alcalde de Medellín ya dijo que llegaría hasta el final (lo que le quitaría, de paso, votos a Uribe o al candidato uribista). Los otros, harán parte de una de las coaliciones antiuribistas.

Digo una de las coaliciones antiuribistas porque las Farc también están en campaña, buscando inclinar la balanza contra Uribe o el eventual candidato uribista. Todo el país sabe el doble juego se traen entre manos. Reviven, luego de sus estruendosas derrotas, el llamado intercambio humanitario a cuenta gotas, ahora con el cabo Moncayo. Pero mientras hablan de la liberación del militar, hacen lo imposible por no realizarla, con argumentos deleznables, y como siempre, intentan secuestrar más rehenes, para continuar su política de chantaje al estado y a los colombianos. Es un juego de nunca acabar. O mejor, que acabaría, desde su lógica, cuando tomen el poder.

Ahora bien, en su estrategia de combinación de todas las formas de lucha, podrían tener un candidato, hombre o mujer, a la presidencia, y listas al congreso, arropados en un movimiento de tipo bolivariano, que intentaría incluir sectores de la izquierda radical legal.

En cuanto al congreso. Es la oportunidad de oro para tener un parlamento postcorte, libre de presiones y chantajes, con miembros de probada transparencia. Ningún partido puede equivocarse en este punto.

En este panorama, los colombianos tenemos la palabra. Y los votos.

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