lunes, 1 de junio de 2009

Una mujer incómoda

Por Eduardo Pizarro Leongómez

El Tiempo, Bogotá

Junio 1 de 2009


Hace algunas semanas, alguien en Europa intentó colocarnos una trampa a los colombianos: ante su temor de capturar al ex primer ministro de Kosovo acusado de crímenes de guerra por el gobierno de Serbia, Agim Çeku, debido a sus repercusiones en la estabilidad de los Balcanes, buscó que la detención se efectuara en Bogotá. La decisión de Colombia de enviarlo por donde había venido, es decir, a Francia -sede de la Interpol-, fue una idea brillante: de inmediato, ese alguien en Europa lo protegió y le permitió continuar su camino hacia Kosovo.

 

En un artículo que publiqué en este mismo diario ('¿Un criminal de guerra en Colombia?', 23 de mayo), me preguntaba si acaso la justicia internacional estaba subordinada a los intereses geopolíticos de las grandes potencias. ¿Por qué si Agim Çeku, conferencista en Cartagena en un seminario internacional sobre desmovilización de ex combatientes, era un criminal, no había sido capturado en Francia? ¿Quién lo protege en este país y en Europa? Si nos atenemos al explosivo libro que acaba de publicar la ex fiscal de los Tribunales Penales Internacionales para la Antigua Yugoslavia y Ruanda Carla del Ponte, titulado La caza. Yo y los criminales de guerra (Ariel, Barcelona, 2009), existe una evidente "doble moral" de las grandes potencias: para estas, la justicia internacional, más que un recurso del derecho y la moral, es una herramienta geopolítica.

 

Carla del Ponte, suizoitaliana, inició su carrera como fiscal combatiendo el blanqueo de capitales negros de la mafia italiana en el sistema bancario suizo. Para ello, hizo una estrecha alianza con el mítico juez Giovanni Falcone -asesinado por la mafia-, lo cual le permitió destapar la llamada 'pizza connection'. Su valentía y fortaleza de carácter le abrieron el camino para asumir el papel de fiscal de los tribunales de Ruanda y Yugoslavia. De inmediato, tuvo duros enfrentamientos con diplomáticos europeos y estadounidenses, más preocupados por la estabilidad de los Balcanes que por la aplicación de la justicia. Como ella misma describe en su libro, se encontró con un "muro de goma", es decir, con la indiferencia o la discreta hostilidad, disfrazada de muestras de comprensión, ante sus exigencias de justicia.

 

En el libro, la ex fiscal cuenta sin tapujos sus encuentros con personajes tales como Tony Blair, Bernard Kouchner, Angela Merkel, Kofi Annan, Javier Solana o Miguel Ángel Moratinos, algunos de los cuales salen mal librados. Las presiones para proteger a ciertos países o personajes son denunciados por la ex fiscal con nombre propio. El escándalo internacional no se ha hecho esperar.

La "cazadora de serpientes", como ella misma se autodenomina, fue, sin embargo, cazada por su propio gobierno, que le prohibió participar en la promoción del libro en Europa y la obligó a retornar a Argentina, en donde es embajadora. En efecto, el Ministerio Suizo de Asuntos Exteriores consideró que "estas afirmaciones sobre su precedente actividad de juez no pueden ser hechas por un representante del gobierno suizo".

 

Sin duda, que Suiza sea uno de los principales destinos de los exiliados albano-kosovares, así como el hecho de que el actual primer ministro de Kosovo, el muy cuestionado Ramush Haradinaj, haya vivido en esta misma nación, pueden explicar esta conducta.

 

A pesar de todo, Carla del Ponte traza un balance positivo de su actividad en La Haya: 161 altos responsables políticos y militares de la antigua Yugoslavia fueron detenidos y algunos condenados; 45 están todavía en espera de juicio. Su mayor frustración continúa siendo la dificultad para capturar al general Ratko Mladic, responsable de la masacre de Srebrenica, quien es considerado un héroe nacional en Serbia.

 

Vale la pena leer estas memorias de una mujer admirable, símbolo de la internacionalización del derecho penal de los derechos humanos. O ver su hermoso retrato en el documental de Marcel Schüpbach, La lista de Carla.

 

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